- Estoy metida en un buen lío, Ana. Me duermo cada noche sabiendo que en mis sueños aparecerá Eduardo y me despierto con la sonrisa dibujada en mi cara porque sé que en unos minutos me encontraré frente a él, en otra reunión de trabajo. Si, en el trabajo y hasta dónde llegará mi obsesión que el otro día llamé a mi marido con su nombre. De ésta no sale vivo mi matrimonio, porque, después de tantos años no puedo, ni quiero renunciar al trabajo por el que he suspirado desde hace siglos – De sopetón se lo contó a su mejor amiga cuando se encontraron para comer al mediodía, cerca del restaurante donde Ana ayudaba a su marido en la asesoría fiscal y contable ya que, las mujeres, dulcifican mucho más los problemas que se tienen con el fisco por aquello que entienden mejor, por sufrirlo, los equilibrios que supone la economía familiar y que obligan a cometer determinados excesos.
- No te pongas trágica, Teresa -y le sonrió levemente al tiempo que le hizo una caricia en la mejilla, libre de prejuicios y llena de la amistad que sentía por ella-. Nuestros matrimonios se acabaron hace mucho tiempo. Vivimos, convivimos, nos aguantamos. Por eso discutimos, nos gritamos para no oír nuestros silencios, pero desde que nuestros hijos, aquellos niños, crecieron y se independizaron, somos extraños que viajamos en el mismo compartimento. Un viaje hacía ninguna parte.
- Igual que los raíles del tren: cercanos, pero separados, líneas paralelas que nunca llegarán a tocarse –y una pausa para llevar a la cara de Teresa, por primera vez, una sonrisa abierta- Y mejor que sea así. Total, ¡para lo que sirve!
- Eso es lo que dicen por la tele en los “culebrones” y nosotras vemos muchos.
-Y una mierda –gritó entre risas Teresa, que juntarse con Ana y armar una fiesta era todo uno- Lo de los raíles se me acaba de ocurrir- Se paró un momento mirando en un punto indeterminado del espacio en actitud de interrogación- O lo mismo me lo ha dicho Eduardo, que hace unas citas preciosas.
-Pues ya sabes, Teresa: cerca, pero sin tocarse. Aunque lo veo complicado, porque tú vas ya deslizándote tobogán abajo y sin marcha atrás posible.
- A mi lo que de verdad me interesa es el trabajo. La casa se me cae encima cada día que pasa. Siempre quitando la mierda de los demás, aunque sea la mierda de mi marido y de mis hijos. Y ya sabes que no me va andar todo el día de la casa, al gimnasio y, de ahí, a las tiendas. Es demasiado frívolo y vacío. No niego que Eduardo me haga sentirme bien porque vuelvo a significar algo para otro y eso es regresar a un pasado que añoro.
- Mira Teresa, a mí no me tienes que vender la moto. ¿Recuerdas los días de pasión que viví junto a Miguel? Palabras nunca escuchadas, paisajes recién descubiertos, citas clandestinas, avivando siempre el sexo porque el tiempo era corto, y el sabor de lo prohibido, lo más sabroso de todo. Pero un día descubres que el amante o el amigo también ronca, y se mea fuera de la taza, y le huele el aliento a cerveza y a tabaco, que aunque las tías calientes digan que eso excita, es una porquería, y el sexo hecho a hora fija, como los trenes, y el pitillo en la cama para terminar, como en las películas ¡! En la vida le habría permitido yo a mi marido fumarme en la cama ¡! Es entonces cuando descubres que te sobra y te basta con uno. Y vuelves a buscar la tranquilidad de tu casa, aunque esté allí tu marido, viendo fútbol y bebiendo cerveza, mientras tú preparas una receta nueva en la cocina. Tú lo has dicho, como los raíles del tren que, como no se tocan, no se molestan.